Si no existiera el monopolio de la emisión de títulos académicos, a las universidades les estaría pasando lo que a los diarios en papel. Este monopolio tiene dos vertientes: la emisión propiamente dicha, restringida a determinadas entidades educativas y formativas homologadas, públicas y privadas (no solo las universidades, claro), y la admisión de dichas titulaciones por parte de quienes contratan a los trabajadores que poseen dichas titulaciones justamente por el pretendido valor de las mismas.

La ilustración de los diarios de papel es particularmente rica, en mi opinión, para desarrollar este argumento. Este sector, obviamente no sometido a una regulación monopolista como la de las titulaciones académicas, ni en el acceso al mercado ni en la obligación de adquirir el producto, ha sufrido una verdadera debacle con la generalización de los diarios digitales. Con dos características.

En primer lugar, los malos diarios locales, regionales o nacionales están quebrados, en no importa qué país pensemos. Sus competidores digitales, gratuitos en su mayor parte, o creados por las mismas casas editoras de los de papel, se les han comido los recursos (publicidad) y los lectores. Nadie lo ha podido impedir, justamente, porque los lectores son libres para elegir qué diario quieren leer y la entrada de nuevas cabeceras en el mercado es igualmente libre y la adquisición del derecho a operar tan solo conlleva pequeños gastos administrativos. En este caso, una tecnología disruptiva, y muy asequible, ha facilitado un rapidísimo proceso de ajuste a las nuevas condiciones. Tan rápido que ha acabado imponiéndose un modelo de negocio de gratuidad total, que disgusta enormemente a los promotores, sin que estos pudieran evitarlo.

En segundo lugar, como demuestran los grandes diarios norteamericanos, aquellas cabeceras que han logrado mantener la calidad de sus medios han podido sobrevivir en la transición digital con millones de suscriptores de pago que valoran, al menos en tanto en cuanto pagan por ella, la información y el análisis que estas cabeceras les brindan. Ello demuestra, a su vez, que no es necesaria ni la protección de una barrera de entrada (permiso oficial para operar) ni un formato específico mientras el usuario encuentre lo que busca.

Sentada esta analogía, en el caso de las titulaciones académicas, se aprecia que en el sector educativo y formativo el monopolio de las titulaciones académicas es de doble filo. Tan solo ciertas entidades pueden emitirlas y quienes deseen ejercer unas determinadas actividades, o contratar a quienes las puedan ejercer, están obligados a admitirlas. Monopolio de emisión y monopolio (obligación) de admisión.

Sucede además que la generalidad de estas prácticas monopolistas es tan extensa, pues sobran entidades educativas emisoras de tales títulos y los empleadores tienen tan amplia base en la que elegir (masificación), que el resultado no puede ser más desolador. Se adquieren estas titulaciones sin fe y se contratan a los titulados (o se ejercen las profesiones a las que los títulos habilitan) con menos fe aún.

Por eso, el día que el mercado (desde la oferta y desde la demanda) valore la formación no amparada por títulos oficiales, la emisión monopolista de títulos solo protegerá a los titulados, y no a todos, mientras subsista la obligación de utilizar sus servicios. Esto ya está sucediendo crecientemente de la mano de la formación no reglada con la ayuda de las nuevas tecnologías digitales.

Uno de los aspectos más dañinos del doble monopolio de emisión y admisión de titulaciones académicas es la formación de cárteles profesionales que ejercen el control de sus miembros (imponiendo el numerus clausus en las instancias formativas) y de las tarifas que estos perciben por su trabajo, así como el acceso a determinadas actividades de los mismos en algunos de los grandes cuerpos administrativos.

Obviamente, la realización de muchas actividades profesionales conlleva un ejercicio muy responsable de las mismas y la exigencia de una formación de muy alto nivel que debe estar debidamente homologada. Pero, como el caso de los másteres y tantos otros casos similares demuestran elocuentemente, las cautelas y barreras puramente administrativas no han servido de gran cosa. Sí, de nuevo el ejemplo de la prensa escrita, la calidad de dicho ejercicio refrendada por el éxito de mercado.

Obviamente, también, el mercado no está en condiciones de valorar adecuadamente la calidad de un “cirujano” carente de un título oficial, pero si este profesional se ha formado en un establecimiento de prestigio, celoso de su reputación y observante de las leyes básicas que protegen a la sociedad, habrá que admitir que no es necesario el mero celo burocrático para que esa capacidad pueda ejercerse en el mercado. Por el contrario, ¿cuántos profesionales titulados oficialmente son incapaces de desempeñarse en los negocios, la política o el trabajo asalariado o independiente? O, ¿cuantos usuarios de sus servicios no quedan profundamente decepcionados, cuando no perjudicados, por dicho ejercicio?

Los modelos educativos y productivos basadas en el doble monopolio de emisión y admisión de titulaciones académicas necesitan una profunda revisión pues se encuentran en la base de una economía poco productiva y una sociedad corporativa que, a fuer de masificada, en una aberrante práctica del saludable principio de igualdad de oportunidades, solo se complican la existencia a sí mismas.

La impugnación de este statu quo, afortunadamente, se está produciendo de la mano de las tecnologías disruptivas, como en tantos otros sectores. Y, sin apostar ciegamente por el valor de esta contestación emergente, pues no deja de tener problemas (solventables, véase aquí), creo que debe ser muy bienvenida.

Volviendo, finalmente, a la analogía con la prensa escrita, las grandes y excelentes, instituciones educativas de todo el mundo están ofertando ya una amplísima oferta gratuita, o casi, de formación online, de todo nivel, incluidos másteres. Muchas más dudan de hacerlo, pensando en no “vampirizar” su oferta convencional. Se equivocan. El resto ni se lo plantea ni sabría hacerlo por la sencilla razón de que ya han fracasado en la oferta convencional y solo sobreviven en el “barrio” en el que operan amparadas en la protección que les brinda el doble monopolio de emisión y admisión de sus titulaciones carentes de valor para sus adquirentes. No lo saben, pero están quebradas.

José Antonio Herce