Las instituciones tienen algo extraño. Llamamos así a esquemas de relaciones, compromisos y reglas, más o menos explícitas que marcan nuestras vidas, bien porque nos las facilitan o porque nos las entorpecen.
Nos proveen de recursos, nos los extraen del bolsillo. Les asociamos una sede, un “presidente”, personal y, como no, un cuantioso presupuesto.
¿Se imaginan, sin embargo, una institución etérea y real al mismo tiempo, sin sede fija, pero instalada en todas nuestras vidas, capaz de causarnos enormes perjuicios de burlar nuestros más profundos deseos de evitarla?
Pues hay muchas. La “deuda” es una de esas instituciones. Sí, lo que debemos o nos deben. Con sus motivos subyacentes, sus giros y torcimientos, sus miserias y alivios.
La deuda es antigua como el ser humano, seguramente, y se la ha documentado desde el tiempo de los sumerios, más de un milenio antes de que Hammurabi la regulase. Toda una institución. Para saber más sobre el problema de la deuda actual, aquí