Ya he dejado claro que la expresión whatever it takes, en el contexto duro trazado por el Covid 19, no puede interpretarse bajo ningún concepto a la manera de Mario Draghi en el sermón de julio de 2012, cuando prometió parar a base de liquidez la crisis de la deuda soberana europea. La situación es completamente diferente y potencialmente mucho más severa. Frente a lo que debemos disponer toda nuestra potencia de fuego social (no económica) es frente a la geometría explosiva del contagio vírico.

No es con liquidez, ni con los Presupuestos Generales del Estado con lo que se para aquella, sino con medidas radicales de confinamiento, cese de contactos sociales y de movilidad. Con pólvora institucional, social y ciudadana, no con lingotes de oro. A partir de un infectado original, a una tasa de infección del 10% al día tardaríamos 183 días en tener a toda la población española infectada. Esto es una simple ilustración de lo malditamente complicadas que se pueden volver las cosas si no se contiene la infección, pero muestra que el estrés que la economía puede sufrir por el lado de la oferta (desabastecimiento, cierre de actividad productiva y pérdida de valor) haría pronto imposible la contención económica de una infección desbocada.

Invocar el papel de la política económica antes que el de la política de contención, que es más de protección civil y, si me apuran, de orden público, que puramente sanitaria o de salud pública (qué también) es un error. Y demuestra que, en el fondo, creemos que lo “racional” es ocuparse de los euros antes que de la salud. Este economicismo es suicida y los economistas hemos de admitir humildemente que no debe tener la prioridad que se le está dando. Pero, en España y en muchos otros países, hay más economistas que profesionales de salud pública y epidemiólogos. Y así nos va.

El economista, en estos casos, debe tratar de convertirse en un political economist, es decir, un practicante de la “economía política” antes que un abogado de la política económica. La segunda solo ve al individuo como contribuyente o trabajador, pensionista o consumidor, mientras que la primera trata de entender la naturaleza estratégica, poco racional y cortoplacista del individuo que somos cada uno para discernir la mejor gobernabilidad de la sociedad mediante el uso de incentivos impulsores o disuasorios que respetando la libertad la encauce productivamente para todos y cada uno.

En este marco de economía política, no me da ningún reparo rendir todas mis armas analíticas ante los practicantes de disciplinas mucho más adecuadas para afrontar este gran reto: los epidemiólogos y los especialistas en salud pública. Creo que es un enorme error diseñar planes de choque contra loas consecuencias económicas de una pandemia que no estamos dispuestos a cortar para que mientras tanto siga el flujo normal de una vida individual y social amenazada. Desde manifestaciones reivindicativas a cuya asistencia se anima a la población hasta manifestaciones dichas “culturales” que concentran a cientos de miles de personas.

La vida económica no puede fluir con normalidad cuando una geometría explosiva de contagios no se enfrenta con medidas radicales de confinamiento personal, estanqueidad territorial y cese de movimientos masivos de la población. 

La economía del S. XXI debería estar mucho más preparada para virtualizarse y seguir activa en una buena proporción de su cadena de valor. Puede que esta sea una ocasión para impulsarla. Las actividades materiales van a sufrir. Claro que van a sufrir y sería un error concentrar los recursos institucionales y económicos en compensar a las víctimas sin, antes, dedicarlos a atajar esa geometría explosiva del contagio. Porque el plan de choque económico será cada vez mayor y siempre insuficiente mientras lo anterior no suceda. 

Lo que es prioritario es un plan de choque epidemiológico y de protección a la salud pública. Centralizado, que confine a las personas en riesgo o no (todos estamos en riesgo) y que por todas las maneras acabe con la explosión de contagios. 

Al mismo tiempo, hay que crear un Gran Seguro Social que se nutra con retenciones significativas (¿el 10%?) contra las rentas de los trabajadores, empresas, funcionarios y pensionistas que menos riesgo tengan de verse perjudicados por las medidas de choque epidemiológicas, de forma que se pueda compensar en tiempo real a los que más van a sufrir estas medidas, con líneas de crédito, bonificaciones o prestaciones directas. 

El resultado de este enorme recurso, nutrido y renovado prácticamente en tiempo real, registrado electrónicamente de forma inviolable con la tecnología actual, sería mantener la línea de vida económica mientras las medidas epidemiológicas surten efectos y limitan eficazmente la extensión del contagio. Llegará entonces el momento de compensar, a su vez, a los que suministraron la liquidez, en la medida que se pueda. Porque, lo que si se habrá logrado de manera, creo, muy eficaz, sería contener el contagio y matar su expansión. También se habría logrado contener la hemorragia económica y las pérdidas de los más afectados. Finalmente, se habría logrado algo muy importante: la mutualización de las pérdidas que inevitablemente va a producir el Covid 19. 

Las retenciones no serían exactamente préstamos, sino que, esperablemente, se gastarían solo en parte, devolviéndose a sus proveedores (los menos perjudicados por el virus) la parte restante, por qué no con un interés social sobre lo consumido. Este es un Seguro Social basado en políticas de choque para contener el contagio y limitar los enormes daños que su no contención a tiempo produciría y con una contrapartida económica para compartir y mutualizar las pérdidas inevitables que se van a producir. 

Una sociedad tan sabia como para implementar algo de esto, en este orden, sabría levantarse con la cabeza muy alta de este tan grave acontecimiento. Hagamos que pase a la historia por una batalla librada con cabeza y corazón, con coraje, y no por una derrota causada por nuestra ignorancia, nuestra división y por la increíble impostura de que la economía lo puede todo.

José Antonio Herce