El Covid-19 lo impregna todo y manda. Pero no podemos consentir que lo infecte todo. Bastante margen le hemos concedido ya obviando en nuestra planificación estratégica nacional, durante años, la eventualidad de una pandemia como esta. O desconsiderando su potencial gravedad ante las primeras víctimas mortales.
El contagio hay que pararlo sea cual sea su coste económico, porque lo que hay que limitar todo lo que se pueda es el coste humano.
La España despoblada presenta ante esta gravísima tesitura de salud pública una serie de caras y aristas hasta ahora insospechadas, aunque se deriven inmediatamente de las mil caras y aristas ya conocidas de la despoblación, algunas de las cuales he analizado en esta serie.
Se me ocurren cuatro de estas caras: (i) las personas mayores, (ii) los recursos médicos especializados, (iii) los «urbanitas» como vectores de contagio y (iv) los protocolos de confinamiento, prevención y tratamiento en la escala rural-local.
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