La redistribución (de la renta, se sobreentiende) no es la panacea. Desde luego, no para lograr la igualdad de oportunidades.

Es más, obsesionados con esta última y creyendo que sacar la renta del bolsillo derecho de las clases medias para devolvérselo al bolsillo izquierdo (descontando gastos de gestión) era la vía para alcanzarla, nos hemos olvidado de activar otros mecanismos más eficaces.

Porque, dada la concentración de la carga impositiva en las clases medias y la inserción de estas en los registros oficiales de potenciales beneficiarios de prestaciones, el grueso de la masa de recursos a redistribuir gira justamente en ese sentido.

De los ricos y de los pobres, se ocupan bien poco, sean las administraciones tributarias o las de igualdad. 

Si, a pesar de la masiva redistribución de la renta que se lleva a cabo en cada ejercicio económico, no logramos equiparar la calidad de las escuelas públicas y privadas, o complementar las rentas de pensionistas y “working poors”, la redistribución de la renta no funciona.

Cuando con tipos del IVA del 21%, tipos marginales del IRPF por encima del 45%, cotizaciones sociales que superan el 38% de los salarios brutos, impuestos especiales casi confiscatorios en algunos casos, sobre el tabaco, el alcohol, la electricidad, los automóviles y otros impuestos, no logramos equilibrar la enorme desigualdad que, incluso, va en aumento, hay que preguntarse qué estamos haciendo. Se lo digo: un pan basto con croissants recién horneados. 

Hay cuatro elementos decisivos en todo sistema productivo que forman una cadena causal que es la espina dorsal del bienestar de la sociedad: 

Talento => Conocimiento => Renta => Riqueza

Cualquier dictador benevolente pensaría que tiene una ingente capacidad para redistribuirlos en beneficio del pueblo.

Empecemos por la renta que, como sugiere el diagrama, se deriva del conocimiento y da lugar a la riqueza. La renta es como los “peces” del dicho que se invoca en el “150 Palabras” que precede a este post.

Cada año, millones de personas y hogares se benefician de la redistribución de los peces, pero muchos siguen sin saber pescar y, lo que es peor, esta ingente redistribución está dejando de surtir efectos y, todavía más grave, no ha mejorado la igualdad de oportunidades ya que la pobreza “se hereda”. 

Confrontados a este fracaso de la redistribución de la renta, algunos expertos están sugiriendo que se redistribuya la riqueza.

La riqueza, que es un fondo o stock (una foto fija a 31 de diciembre, digamos), es varias veces mayor que la renta nacional, que es un flujo (por unidad de tiempo), y, por lo tanto, un apetecible elemento desde el que seguir cavando en pos de la igualdad de oportunidades.

Se olvida que muchos dictadores (nada benevolentes) lo han intentado antes, con un resultado catastrófico como es bien sabido por el registro histórico. La riqueza es como la “caña de pescar” del dicho aludido.

Pero ¿de qué sirve quitarle la caña al que sabe pescar para dársela al que no sabe? De nada, pues las capturas disminuyen y es muy difícil que la situación mejore, desde luego en el sentido de Pareto (que al menos uno esté mejor sin que nadie empeore).

Thomas Pikkety, por cierto, es partidario de redistribuir la riqueza, con todos los matices que quieran. Pero la riqueza, que figura como el eslabón final del diagrama anterior, es el elemento revitalizador de toda la cadena, pues revierte en forma de inversión en los anteriores para mejorar el circuito.

Si hacemos de la riqueza, vía su redistribución, un elemento fungible nos empobreceremos irremisiblemente y sufrirán más los más desfavorecidos.

¿Qué nos queda para redistribuir? El talento y el conocimiento. El talento es la madre de casi todo. Pero hay un problema: no todo el mundo lo tiene.

Tampoco lo tienen necesariamente los hijos de los talentosos. Más bien, diríase que el talento nos cae o no aleatoriamente. Bien mirada, esta forma de distribuir (primariamente) el talento es una bendición del cielo, ya que les puede tocar tanto a los ricos como a los pobres.

Pero ¿se puede redistribuir el talento? El talento no se puede redistribuir. No se le puede poner a un talentoso un impuesto a su cerebro y trasplantárselo a un no talentoso. No es sencillo, vamos. Se requiere una dictadura para eso y han sido muchos los dictadores que lo han intentado.

El resultado ha sido invariablemente la miseria y la desolación del panorama social y el aparato productivo.

El talento no se puede redistribuir, aunque sí se puede eliminar a los talentosos de diversas maneras. El resultado es siempre el mismo: todos iguales… de pobres y de ignorantes.

No es este, en mi opinión, el mundo igualitario al que deberíamos aspirar. La redistribución del talento es, en la analogía de los peces y las cañas de pescar, la redistribución de la habilidad para pescar. Inténtenlo y verán.

Nos queda el conocimiento. Y aquí radica una de las claves de por qué la redistribución de la renta, la más fácil de todas, si se piensa bien, no ha funcionado.

El conocimiento nace del talento. Es decir, lo crean los talentosos, con la suma de muchos otros factores, pero desde luego con su talento… y su esfuerzo. Y, en la medida en que toda la sociedad respalda y apoya el que los talentosos generen conocimiento, el conocimiento que estos crean debe revertir a todos los ciudadanos.

Y lo hace, a través del complejo educativo/formativo. En la analogía anterior, el conocimiento es el manual de instrucción de la caña de pescar.

Un manual con el que, hasta los individuos poco talentosos, con el concurso de su propio esfuerzo en el aprendizaje, pueden acceder a un lugar decente en la distribución primaria (no la redistribución, entiéndase esta diferencia) de la renta, que es el fruto del conocimiento. 

El problema de la redistribución del conocimiento es que requiere el concurso y el esfuerzo del beneficiario. No como la redistribución de la renta, que muchas veces se hace bajo muy escasos requisitos, lo que es comprensible dada la fragilidad de muchos de los beneficiarios.

Y no todo el mundo está dispuesto a sacrificarse para adquirir el conocimiento que le posicione más favorablemente en la distribución primaria de la renta.

Volvamos a la sensatez liberal, no ideologizada, y centremos los esfuerzos en mejorar la suerte de los desfavorecidos en instrumentar una buena redistribución del conocimiento, que está fracasando con el apoyo (más bien, desistimiento) de quienes más se podrían beneficiar, la verdad.

Rediseñemos la redistribución de la renta, que parece haber agotado una buena parte de su capacidad.

No vayamos adelante con las ideas para redistribuir la riqueza, se ha ensayado muchas veces y nunca ha funcionado, dejando a muchas víctimas en el camino.

Y ni se nos ocurra intentar redistribuir el talento, porque la miseria que podríamos provocar sería de dimensiones siderales. La redistribución 4.0, la del S. XXI, es la del conocimiento.

José Antonio Herce