Desde hace muchas décadas, especialmente con el desarrollo de mercados de ámbito superior al local, los productos agrícolas han estado obligados a seguir cadenas de suministro hasta llagar a las despensas de los consumidores. Estas cadenas son largas o, en ocasiones, muy largas, incluso tortuosas. En su recorrido, los productos originales experimentan transformaciones sustanciales, entre las que no cabe descartar aquellas que acaban… reduciendo su calidad. 

En todo este tiempo se ha escuchado el clamor de los agricultores, pequeños o grandes, acerca de la explotación a la que se ven sometidos. No menores han sido las quejas de los consumidores y la opinión pública referidas a la desorbitante distancia que separa el precio que pagan en su punto de compra y el precio que percibe el agricultor. Y todo nos lleva a maldecir al intermediario. O a los intermediarios, porque, a decir verdad, llevar una naranja desde su parcela hasta la cesta de la compra o la despensa del consumidor puede requerir de una gran cantidad de operaciones en línea y laterales.

Imagínense un campo de naranjos cargados de fruto al punto de cosecha… Para haber llegado hasta aquí necesitamos situarnos en la campaña anterior, cuando el árbol queda desnudo del fruto.

Desde entonces se habrán sucedido podas, cuidados a la tierra, abonados y tratamientos, riegos, aplicación de equipos mecánicos propios o arrendados, amortización de parcelas, instalaciones en las que guardar los equipos y aperos y de otras infraestructuras, seguros, servicios financieros, servicios especializados agronómicos o zoo-fito sanitarios, horas, muchas horas de los agricultores y otros operarios, durante muchos meses. Coste agregado que, mas los correspondientes beneficios de los explotadores directos, deben ser cubiertos con la venta del producto, fruto a fruto. Pongan (casi, a 285 gr/u) cuatro naranjas por kilo que se han venido pagando de noviembre a enero (en árbol, Lonja de Valencia) a una media de 0,247 €/Kg y piensen en cómo recuperar los costes de toda esa cadena primaria del fruto.

Los márgenes agroalimentarios empiezan justo en esta cadena primara, y pueden ser muchísimos. Pero las cadenas de suministro hasta el consumidor final, en la forma, tiempo y lugar que este desee pueden abrirse a partir de esta cadena primaria como un árbol enormemente ramificado.

Hay consumidores que buscarán por internet cómo suministrarse lo más directamente posible desde los productores. Si buscan ahora mismo en este medio podrán ver inmediatamente que un kilo de naranjas de mesa adquiridas en una de las grandes cadenas de distribución y puesta en su domicilio puede costarles unos 1,47 euros el kg contra una media de unos 0,282 euros el kg pagado al productor (las variedades tardías son más caras que las de noviembre/enero, en árbol, Lonja de Valencia). El margen es exactamente de un 420% y supone 1,29 euros por kilogramo.

Estos números son verídicos y se refieren a las primeras semanas del mes de febrero para unas pocas búsquedas. Pero son claramente anecdóticos porque no proceden de búsquedas exhaustivas y cambian cada semana, mucho más cada mes, en función de qué variedades se mercan y si el producto es doméstico o importado. Dependen también de las cadenas utilizadas para su comercialización. 

La cadena de las grandes superficies de distribución minorista a las que me refería antes es una cadena larga y bastante estándar. Recogida del fruto, selección (y descarte), limpieza, frigorizado, transporte entre centros de tratamiento, envasado, distribución a centros logísticos nodales, transporte a centros logísticos locales y distribución a puntos de venta y, adicionalmente, distribución local capilar a domicilio. En cada uno de estos eslabones intervienen agentes intermediarios distintos: grandes, medianas y pequeñas compañías y profesionales autónomos. Cada uno de estos aplicando sus propios recursos laborales y de equipos o instalaciones, incurriendo en gastos de todo tipo y pagando impuestos diversos.

Es seguro que unos mejor que otros podrán atribuirse una parte, incluso buena, de ese margen que estimaba al principio. Eso es, justamente, lo que no sabemos. Quien se queda con qué, y a cambio de qué aportación al valor final, en este pastel cuyo tamaño, no lo olviden tampoco, está determinado por la voluntad de adquirir los productos por parte de los consumidores y su disposición a pagarlos a la vista de sus precios y de otras alternativas de gasto y, por supuesto, a la vista de sus posibilidades presupuestarias.

Dentro de nuestra ignorancia y ante la opacidad y dificultad objetiva para establecer el verdadero margen de cada actividad de la cadena de suministro de los productos agroalimentarios, lo menos indicado es atribuir a “los intermediarios” la aviesa intención de explotar a los agricultores o los consumidores.

Desde un punto de vista económico, el riesgo de encontrar prácticas monopolistas, abusos de posición de mercado o de poder sobre los proveedores es relativo en una cadena tan larga. Los comercios minoristas de productos agroalimentarios (en fresco o procesados) carecen de poder de mercado y sus márgenes son bajísimos.

Respecto a las grandes cadenas de distribución, hay que confiar en que las autoridades de defensa de la competencia los mantengan a raya en sus intentos por coludir en precios u otros repartos del mercado. Insisto, hay que confiar. El hecho de que unos u otros agentes de la cadena recurran a importaciones de producto es tan legítimo como el derecho a los consumidores a elegir entre una oferta diversificada en calidad y precios. Y, en el caso de las naranjas, hay épocas en las que no se producen en España. Entren ahora mismo en la web de la Lonja de Valencia y verán.

Miren, también sacado de internet ahora mismo (cuando escribo esto). La oferta de naranjas “directamente” servidas del productor al consumidor puede alcanzar un precio de 1,69 euros/kg. Si, en efecto, esta cadena es tan directa como prometen y no tiene más intermediarios que el transportista, y suponemos el precio anteriormente citado a pie de árbol, el margen sería del 499,3%, para ser precisos. Claramente mayor que el de la cadena larga y, lo que es mejor, grandemente concentrado en el productor primario. ¿No es una maravilla? La cuestión es por qué los productores agropecuarios llevan “toda la vida” clamando porque les den algo que ellos mismos deberían estar en condiciones de crear. Especialmente ahora que tienen la tecnología de su lado. ¿No hay ningún agricultor que tenga en su familia un (o una) ingeniero informático?

José Antonio Herce